Los ciudadanos de Abiyán olvidan estos días las crisis políticas y económicas de Costa de Marfil para concentrarse en sus miedos y cuidar su maltrecha salud. En las calles de la ciudad las excavadoras y una legión de hombres vestidos de blanco tratan de recoger el vertido tóxico que escupió las bodegas del Probo Koala, una mezcla de gasolina, sosa cáustica y sulfuro de hidrógeno. Murieron ocho personas envenenadas, 66 más están hospitalizadas y miles requirieron atención médica. El vertido volverá a Europa, pero los marfileños quieren que paguen los responsables, que eligieron limpiar la sucia bodega en África porque la descarga costaba 10 veces menos que en Europa.
Un olor nauseabundo a ajo y gasolina lo inunda todo. Es mediodía, hace calor, y la peste va en aumento a medida que los hombres de los monos blancos, las decenas de cisternas apiladas y los cientos de sacos blancos llenos de chapapote sólido se acercan a la vista. Al poco rato, los ojos empiezan a picar, la garganta se seca, la fetidez se hace insufrible. "¡Bienvenidos!", dice quitándose la máscara antigás y con un deje de ironía muy francés uno de los hombres de blanco.
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