martes, septiembre 05, 2006

Desubicados

Comienzo por afirmar, aunque ya sé que no me creerán, que no soy anti norteamericano, ni anti judío ni anti árabe, ni anti PP. Por no ser ya no soy ni anti Quique Flores, que es el que más se lo merece por aceptar el traspaso del gran Pablo Aimar. Me di cuenta hace un par de semanas, en mitad de las vacaciones veraniegas. Estar en contra de tantas cosas no conduce más que a la melancolía. Si bien reconozco que resulta difícil. Es tal la irracionalidad, el subjetivismo y los intereses inconfesables de toda esa pléyade de analistas políticos, predicadores mediáticos y opinantes indocumentados en general, que uno acaba teniendo la sensación de necesitar siempre estar en contra de algo, aún a riesgo de acabar agotado, física y psíquicamente.

Alguien con la suficiente cabeza debería explicar algún día por qué el estado natural de este país es estar permanentemente al borde la crispación. ¿Quién maneja realmente, y con qué finalidad, los hilos del enfrentamiento? Sé que no es una tarea sencilla, pero tampoco creo que exista en el panorama político actual otra más urgente que ésta. En mi modesta opinión la clave podría estar en que los ciudadanos españoles hace tiempo que dejaron de ser demócratas (si es que lo fueron alguna vez) para convertirse en militantes de cualquier cosa; de la izquierda, de la derecha, del nacionalismo, de la independencia, y hasta de la República. Y ya se sabe, la militancia suele ser bastante incompatible con la objetividad y las buenas maneras. Eso sí, tiene la enorme ventaja de eliminar de raíz la necesidad de reflexionar por uno mismo. A un buen militante, al fin y a cabo, le basta con escuchar cada mañana las consignas del líder y viajar luego por pueblos y ciudades proclamando la buena nueva.

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