De atenernos únicamente a los gestos y fastos que se producen estos días en el PP valenciano se diría que su bicefalia y crisis de liderazgo se acentúa. Zaplanistas y campistas han escenificado por separado el divorcio y exhibido sus respectivas huestes en el partido. Han aprovechado para ello las habituales cenas de verano, una buena tribuna mediática y oportunidad para recontar los efectivos y enviar mensajes más conminatorios que fraternales al oponente. Mero ceremonial previo a la paz que se concertará necesariamente después del verano para no perder el favor de la grey conservadora, según se opina en medios populares, propensos a creer lo que les conviene.
La plana mayor del zaplanismo y más de 3.000 leales se han reunido en Terra Mítica para dejar constancia de quién manda en esa circunscripción y, de paso, cubrir dos objetivos: uno, proclamar la bondad de los dirigentes alicantinos que comanda el presidente provincial del PP, José Joaquín Ripoll, lo que es tanto como decir que no se han de tocar y menos aún que Valencia puede interferir en la elaboración de las próximas listas autonómicas y municipales de esa provincia. Y segundo objetivo, desagraviar a Eduardo Zaplana como motor que fue de ese parque de atracciones, sumido en tantos apuros financieros y -¿todavía presuntas?- corrupciones si hemos de creer las cuentas de explotación y a la Agencia Tributaria, en espera de cuanto decida el juez anticorrupción. De esto no se habló en la referida velada.
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